09 febrero 2010

Desde su ventana


Desde su ventana la observaba todos los días. Mientras se calentaba el café, con movimientos autómatas abría el frigorífico, sacaba el cartón de leche, rellenaba su taza y dirigía su mirada hacia la casa de enfrente hasta que ella aparcería tras los cristales de su cocina. Con su rutina diaria, con su bata de raso blanca que dejaba traslucir sus encantos, con sus movimientos ágiles y la hermosura de sus ojos cuando miraba disimuladamente hacia donde él se encontraba. Como abstraída, disimulaba mirando de un lado a otro pero sin perder de vista al hombre que cada mañana le alegraba los desayunos con su presencia.
Comenzaban sus vidas habituales así, incluso se concedieron la libertad mutua de observarse sin pretensiones. Él, sobrio, decente y trabajador, con dos vicios, el café y la vista de sus mañanas. Ella, tímida, risueña y algo obstinada en su independencia física como mental. Ninguno con intenciones ni tiempo para nada más que su trabajo y esos minutos concedidos al contemplarse mutuamente.