09 febrero 2010

Desde su ventana


Desde su ventana la observaba todos los días. Mientras se calentaba el café, con movimientos autómatas abría el frigorífico, sacaba el cartón de leche, rellenaba su taza y dirigía su mirada hacia la casa de enfrente hasta que ella aparcería tras los cristales de su cocina. Con su rutina diaria, con su bata de raso blanca que dejaba traslucir sus encantos, con sus movimientos ágiles y la hermosura de sus ojos cuando miraba disimuladamente hacia donde él se encontraba. Como abstraída, disimulaba mirando de un lado a otro pero sin perder de vista al hombre que cada mañana le alegraba los desayunos con su presencia.
Comenzaban sus vidas habituales así, incluso se concedieron la libertad mutua de observarse sin pretensiones. Él, sobrio, decente y trabajador, con dos vicios, el café y la vista de sus mañanas. Ella, tímida, risueña y algo obstinada en su independencia física como mental. Ninguno con intenciones ni tiempo para nada más que su trabajo y esos minutos concedidos al contemplarse mutuamente.

Como cada mañana, el último sorbo de café se agolpaba en su garganta y apurando la taza se le agotaban también los últimos segundos de su visión matinal. Ella salía de la cocina para dirigirse a su habitación y prepararse para la faena de cada día.
Él, se colocaba la corbata, se ponía la chaqueta y recogiendo las llaves del coche del recibidor, abría la puerta, llamaba al ascensor y dejaba tras de si su alegría de la mañana. Esperando el ascensor, pensando en ella, se dió cuenta de que algo no encajaba. No daba con que era. Llevaba las llaves, el móvil, la cartera...
Aún así se volvió por si se había dejado algo encendido. Se dirigió a la cocina a revisar el gas. Se lo había dejado abierto, se desabrochó la corbata para respirar mejor y se deshizo de la chaqueta. Abrió las ventanas del lavadero, las de la cocina... y la vió. Allí...

Salía de la ducha, empapada. Su piel brillante y húmeda, dulcemente blanca. Él quedo impresionado y se pensaba desapercibido cuando ella cogio un poco de bodymilk para extendérselo por las piernas. Subio una apoyándola en el w.c. y le miró sonriendo, desnuda y muy lasciva.
Él impresionado y tímidamente salio un poco mas detrás de la cortina que apenas lo desapercibía. Mirándola. Con ternura y pasión. Ella acariciando sus piernas, desde sus pies a sus muslos, lanzando de vez en vez miradas embaucadoras. Él, terminó por quitarse la corbata y ella seguía masajeando sus piernas. Empezó a acariciar sus pechos que se veían enhiestos y pueriles, dilatados. Lo miraba cada vez más excitada.

El atónito y excitado, sentía la piel de su entrepierna tensarse imaginando sus manos, sus caricias… pensando que esas manos lo acariciaban a el. Cuando fue consciente, su mano estaba en su entrepierna… con su sexo muy dilatado. Se escondio un poco mas tras la cortina con reparo por si ella veía que se había empalmado al verla.

Ella seguía acariciándose un pezón, atrapando entre sus dedos la aureola, dilatada y erecta, y su otra mano sobre el pubis, llegando con sus dedos al comienzo de una pequeña hilera de vello. El desabrocho el pantalón, sacando su miembro erecto y endurecido. Empezando a acariciarlo a la vez que veía los dedos de ella introducirse en la hendidura entre sus labios, buscando su clítoris…

Su piel parecía terciopelo entre sus manos, su rostro denotaba deseo y placer, se sentía perversa ante la situación de ser observada mientras se masturvaba y lo hacia para el.

Sin poder evitar que su mano se deslizara a lo largo de su pene, desnudando de piel su miembro cada vez mas embravecido, ansiando el cuerpo y calor de aquel cuerpo al otro lado de la calle. Cada vez con mas calor, mas fervor, mas ansiedad y temblando de excitación. Descorriendo la cortina y derrumbando su timidez. Con su miembro entre sus manos, dejando totalmente a la vista su glande endurecido, derramando algunas gotas que lubricaba su mano y la extensión de su miembro caliente, que anunciaban una erupción.

Ella cada vez mas radiante y excitada, donde sus manos la envolvían de placer y deseos, primero despacio, dejando su piel con mas ansias, temblando cada vez que sentía su clítoris hinchado y jugoso ser presionado entre gemidos y espasmos. Después con un ritmo cada vez mas acelerado, sin perder de vista las convulsiones pélvicas que experimentaba aquel hombre sintiéndose deseado por aquella desconocida, que también se sentía deseada. El se movía enérgicamente al compás del moviento de ella y su excitación, se retorcía de placer y el movimiento se apoderaba de su voluntad y ya no había nada que pudiera detener ese desenfreno.

Ambos orgasmaron frente a frente, desnudos, frenéticos, exhaustos, sudados. Se miraron, se sintieron enternecer…

Cuando de pronto sintió una sacudida en su pecho, una sirena aullaba en su cabeza evitando sus ideas y pensamientos correlacionaran. Y escucho una voz femenina: “Sr. Muñoz. Respire!... ya está a salvo! Le llevamos al hospital. Ha sufrido un accidenten su casa. ¿Me escucha? Un escape de gas…”

 Mar Sánchez©

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